En la Apertura del Año Judicial 2015, la Corte Suprema comenzó el acto pasando un video en el que se recordaban una serie de tragedias colectivas. Nuestras, por supuesto. Aparecían, en distintos momentos, las Madres de Plaza de Mayo, la AMIA en ruinas, Mariano Ferreyra, José Luis Cabezas, Julio López, Axel Blumberg, el tren desecho de la tragedia de Once, Ángeles Rawson, Marita Verón. Todo con el Himno Nacional de fondo. ¿El final? Alberto Nisman mirando fijo a la cámara. El video –muy discutido– no hacía ninguna referencia a una antecesora del fiscal en esto de los suicidios dudosos. Lourdes di Natale, ex-secretaria de Emir Yoma -cuñado de Carlos Menem- y testigo en varias causas de corrupción, apareció muerta, en condiciones dudosas, el 1 de marzo de 2003. Había caído -dijo la policía- o la habían tirado -dice la querella comandada por su padre- desde el décimo piso de su departamento en Barrio Norte, Ciudad de Buenos Aires. Años de investigaciones infructuosas llevaron a que la causa se cerrara sin despejar las dudas. La Corte Suprema, ahora, quiere hacer un último intento porque los jueces esclarezcan la verdad y así lo hizo saber en «Verón, Leonardo César s/ causa nro 16.920«, del pasado 29 de septiembre.
El lector atento de TSLC se preguntará -seguramente ya lo ha hecho- el por qué de la carátula judicial. ¿Dónde está Lourdes di Natale? ¿Quién es este Verón? Leonardo César Verón era un cabo de la Comisaría 19, quien se apropió del celular de LDN mientras el cuerpo yacía en ropa interior en un patio interno tras caer desde una ventana de su departamento de Mansilla 2431. Lo raro, decía en ese momento Jorge Urien Berri en La Nación, es que ningún Verón figura en el acta policial del hallazgo del cuerpo. En su indagatoria, Verón se negó a responder preguntas. Así lo destacaba la crónica: «Al cuerpo lo hallaron a las 20.30. Verón declaró que concurrió a las 21 -sostiene Rodolfo Chimeri Sorrentino, abogado de Di Natale-, y en vez de ir al patio a ver el cuerpo, subió directamente al departamento de Lourdes. Agregó que fuera del departamento había una bolsa de basura y que en la bolsa encontró el celular y se lo quedó. Dijo que lo usó y luego lo vendió por veinte pesos. El tema del celular es fundamental, porque el día de su muerte Lourdes recibió una llamada que aún no fue identificada y llamó al celular de una mujer que declaró no conocerla.»
No sé que habrá sido de la vida de Verón y tampoco creo que sea verdaderamente importante. Pero su nombre es la puerta de entrada a la muerte de LDN y nos da la pauta de las múltiples irregularidades que tiñeron la investigación y que llevaron al expediente a un callejón sin salida. El dictamen de la Procuración General menciona algunas de ellas, resumiendo las quejas de la querella:
«el juez no tuvo en cuenta lo aprehendido en la reconstrucción de la caída que, a su entender señalaba que fue un homicidio. Planteó la imposible ebriedad, sosteniendo que acorde a la excesiva cantidad de alcohol que figuraba en sangre, hubiese llevado a que ésta estuviera en un coma profundo, con imposibilidad de movimientos; también la destrucción de muestras de sangre, la imposible cortadura de cables de televisión, el cuchillo puesto por quien sostiene la parte que serían los homicidas en el lugar del hecho, sin encontrarse una sola huella dactilar y la falta de daño del cuchillo. También se refirió a la desaparición completa de los elementos colectados en la escena del crimen o su destrucción al «aparecer» más de tres años después, en la Comisaría 19, sin haber sido preservados, entre otros cuestionamientos. Todo lo cual tampoco recibió el tratamiento adecuado.»
Las conjeturas sobre su muerte y la investigación posterior, leídas ahora, a más de una década del suceso y con la retina en el caso Nisman, nos producen sensaciones múltiples. ¿Suicidio u homicidio? Los hechos se mezclan con nuestros peores temores, con las teorías conspirativas que nos gusta -o que no podemos evitar- construir. El problema está en que el sistema judicial argentino está lejos de servirnos de remedio contra esas tendencias. La duda, probablemente, perdurará por siempre. O no. Hay una última chance, quizás un manotazo de ahogado. La depositaria de esa esperanza es la hija de LDN y de Mariano Cúneo Libarona, abogado de Emir Yoma y ex-pareja de la fallecida. A ella se dedica mayormente el caso de la Corte Suprema, pues fue su fallido interrogatorio como testigo la que llevó la causa a la parálisis final. La querella quería convocarla como testigo y el papá se oponía, aduciendo que era menor de edad y que la psicológa de la niña, la Licenciada Rizzotto, aconsejaba que no fuera » … sometida a ningún tipo de declaración judicial pudiendo tal vivencia generar daños en su integridad emocional». Que sí, que no, el tiempo pasó, la causa murió. Hasta ahora, que Agustina es mayor de edad y la Procuración dice:
«No veo ningún impedimento para que sea entrevistada por un perito oficial, teniendo en cuenta la importancia que tendría, si finalmente se lo recibiere, su testimonio, más allá de la edad que tenía cuando fue separada de su madre. Además, ella nunca se anotició de que la justicia quería oírla. En todo caso, sería ella misma quien explicaría su situación emocional y, de ser el caso, pidiera que se la exima de declarar para salvaguardar su salud».
De una manera jurídicamente sencilla, sin grandes alharacas, el dictamen y la sentencia de la Corte Suprema que lo hace propio intentan conectar con una sociedad que quiere respuestas. Del pasado ya lejano y del casi reciente. Envia un mensaje a los jueces para que las causas no se diluyan, para que el olvido no gane la guerra, al menos sin dar la batalla. ¿Será demasiado tarde? Optimistas o pesimistas, alinearse antes de contestar.