… aún en los casos de Ministros que se jubilan ya longevos, como el de John Paul Stevens, que lo hizo en 2010 a los 90, luego de haber vestido durante 36 años la toga de la más alta magistratura de los EE.UU. Mirando para nuestro lado, vemos tan pocos ejemplos recientes de miembros de la Corte Suprema que hayan tenido una transición pacífica hacia la jubilación -se me vienen a la cabeza Belluscio y Zaffaroni-, que el de Stevens es un caso para detenerse y observar. El contra-ejemplo, aquel con quien comparte una «vida paralela» es, indubitablemente Carlos S. Fayt, quien tiene dos añitos más que nuestro buen John Paul. El aburrimiento no es un problema para él y su actividad demuestra que no se fue de la Corte porque no pudiera hacer más nada, sino porque al igual que Souter y Sandra Day O’Connor es una buena costumbre republicana saber cuando decir basta. Nos cuenta Linda Greenhouse que «desde que dejó la Corte el 29 de Junio de 2010, ha escrito dos libros, ha aparecido regularmente en el The New York Review of Books y le ha hablado a numerosos audiencias legales y legas». Pero después de tantos años, la rutina debe tirar y el legado institucional que uno va a dejar también. En este campo, Stevens está tranquilo. Lo reemplazó Elena Kagan, de quien opina que «el hecho de que se esté desempeñando de un modo tan eficiente es particularmente gratificante porque confirma mi juicio de que mi jubilación beneficiaría tanto al público como a mi mismo. Gracias a Elena, nuna he lamentado mi decisión de retirarme». Eso no quiere decir que haya perdido su capacidad crítica como el resto de la nota se dedica a puntualizar, pues Stevens tiene opinión sobre muchas de las cosas que la Corte va sentenciando y no tiene pelos en la lengua para decirlas.
Puede leerlas aquí, en la nota del New York Times: Speaking Truth to the Supreme Court