Con el tic-tac del final de año judicial en su cabeza, la Corte Suprema americana sentenció el caso más importante de su «docket»: la reforma del sistema de salud de Obama. El caso, decidido por un estrecho 5-4, fue analizado con brillantez por Gustavo Arballo en este post. No vamos a ir, pues, sobre la sustancia de la decisión –naturaleza de la obligación legal de comprar un seguro de salud– sino sobre algunas repercusiones que la sentencia ha tenido respecto a posibles futuras posiciones de la Corte Suprema de los EE.UU. En concreto, la pregunta versa sobre el hecho de que John C. Roberts, el presidente de la Corte, ha votado por primera vez con los 4 liberals (progresistas), traicionando al bloque conservador que lo contaba como un activo asegurado. Las reacciones desde los opositores a la ley han sido airadas (vid. una parodia en Colbert Report), llegando a ubicar a Roberts como el nuevo «swing vote» (voto que define las votaciones reñidas, pudiendo alinearse tanto con el bloque conservador como con el liberal), desplazando de ese lugar a Anthony Kennedy. La cuestión, en realidad, es bastante más compleja que un mero cambio de opinión y abre el campo para pensar, con algunos matices, las habas que se cuecen en los Tribunales Supremos. No todo es blanco o negro, ni tampoco son las posiciones ideológicas las únicas que determinan los votos. Al menos, no si las consideramos desde una perspectiva cortoplacista. Ahora bien, manejarse en los porqués de determinadas decisiones obliga a los analistas a realizar numerosas conjeturas salvo que, como en el caso de Jan Crawford (periodista de CBS), cuenten con alguna información interna.
Lo que nos cuenta esta periodista en la nota es el proceso mediante el cual John Roberts pasó de ser un opositor a la ley a votar con la mayoría. Después de la audiencia sobre la Ley, los jueces se reúnen en forma privada y reparten las funciones que van a desarrollar respecto de ese caso. Esencialmente, si se conforma una mayoría de opiniones, se designa un Ministro para que redacte el voto. Luego, los restantes miembros de la Corte adherirán o se opondrán a ese. Encolumnado inicialmente con la mayoría, Roberts hizo uso de su lugar preeminente y se quedó con la tarea. Con el paso del tiempo, fue cambiando de posición y su voto terminó sirviendo para legitimar la parte central en discusión: el «individual mandate». Crawford relata las intensas gestiones del bloque opositor (Alito, Scalia, Kennedy y Thomas) para que Roberts reviera su posición y destaca lo áspero de ese diálogo. De hecho, uno de los elementos más notables de la sentencia es por qué la disidencia conservadora no adhirió en algunos aspectos al voto de Roberts, siendo que todos estaban de acuerdo en la interpretación del alcance de la Claúsula Comercial de la Constitución de los EE.UU. (recordemos que Roberts «salvó» la ley, interpretando la misma como un ejercicio del poder del Congreso de imponer tributos y no de regular el comercio).
Ejerciendo de introductor a un rico debate que merece ser leido en sus fuentes (ver los múltiples links de este post), simplemente destaco dos aspectos relevantes que descubre este episodio. Uno es la forma en que el mismo se conoce, a través de la existencia de filtraciones en la tradicionalmente impenetrable Corte Suprema americana. ¿Es esto bueno o malo? Algunos sostienen que no es tan terrible y que ha pasado otras veces. Además, dicen, el derecho es así y necesita este proceso. Otros, en cambio, argumentan que el descorrer el velo de la Corte Suprema y dejar a la luz sus negociaciones e idas y venidas internas, deslegitima su accionar como «voz de la Constitución». Lo que está en cuestión es la gran pregunta que separa lo político de lo jurídico y que el «secretismo» del accionar de la Corte trata de remediar. Ocultando las maniobras de muñeca política, se preservan de ser vistas como parte de un juego que las asimila a las otras ramas del Gobierno. La Corte Suprema ha tratado de preservar ese espacio «íntimo» como una forma de diferenciarse, que le otorga legitimidad para hablar «desde otro lado».
El segundo aspecto a destacar es el estratégico. En esta perspectiva, lo que develaría el accionar de Roberts no sería un cambio de opinión sobre esta ley (que al igual que a Posner, claramente no le gusta) sino una movida táctica: retroceder un paso para luego poder avanzar dos. Roberts, dicen los analistas, es un Presidente de Corte muy joven, con 7 años de ejercicio pero con un cuarto de siglo por delante (vid. Greenhouse, aquí). Nadie en su sano juicio duda de su talante conservador, pero para llevar a cabo un programa más amplio debe resguardar la consistencia de su posición. Tradicionalmente, contrario al activismo judicial, Roberts se enfrentaba a una ley que podía salvar, sin dejar de lado su posición -restrictiva- sobre los poderes regulatorios del Congreso. Los costos de declararla inconstitucional hubieran sido muy altos, para él y para la Corte. En el corto plazo, a la Corte se le viene un año electoral con muchas decisiones díficiles y debe conservar poder de decisión (vid. nota de Dworkin en este sentido). Roberts no podía darse el lujo de alinearse en una postura radicalizada – nosotros diríamos «tirabombas»- (vid. Posner y Greenhouse). Más bien, debía adoptar el rol del estadista y eso es lo que parece haber hecho.
En fin, un debate interesante, que nos abre muchas puertas para el diálogo y para pensar nuestra propia Corte Suprema. Los dejo con los links y ¡que lo disfruten!