Le agradezco mucho a todos los presentes por haber venido a esta presentación de Estado o revolución. Carl Schmitt y El concepto de lo político, y a los presentadores por sus palabras (aclaro que esto lo escribí antes de la presentación). Nuevamente, lo bueno de presentar un libro propio es que si el presentador es mínimamente responsable entonces el autor ya sabe lo que el presentador va a decir.

Tenía pensado contar qué me ha había llevado a escribir este libro, pero los últimos acontecimientos me han obligado a aclarar un par de cosas al comienzo. Como decía Groucho Marx, antes de empezar tengo algo importante para decir.

Si bien el primer capítulo lleva como título “El mundo de ayer”, no pocos me han hecho saber su sorpresa ante la apabullante actualidad de los temas que trata el libro—el tema del cual, El concepto de lo político, es un ensayo cuya primera edición es de 1927—, empezando obviamente por su título—Estado o Revolución—que parece una nota de diario sobre el panorama político argentino. Además, no pocos están sospechando que Katz Editores ha movido sus hilos para influir en la realidad de tal manera que esta última le haga propaganda al libro. Me veo obligado por lo tanto a rechazar terminantemente esta verdadera campaña de desprestigio. Conozco a Alejandro Katz hace varios años, no tengo razones para dudar de su palabra y él me ha jurado ante un escribano público que la editorial no tiene absolutamente nada que ver ni con la realidad política de este país ni con la realidad política mundial. 

Así y todo, inmediatamente a continuación voy a tratar de aclarar algunas dudas sobre la apabullante vigencia de este libro sobre El concepto de lo político de Carl Schmitt. 

Voy a empezar por la realidad nacional. En el capítulo IV que trata sobre la unidad política, más precisamente en la p. 113, el siguiente pasaje suena muy sospechoso: “Aunque se supone que el intercambio de protección por obediencia explica la diferencia entre la violencia meramente criminal y la política, desde el punto de vista de la famosa cláusula agustiniana (Removida la justicia ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios?”, Ciudad de Dios, IV.4) esa diferencia parece desdibujarse sensiblemente, ya que el Estado termina pareciéndose notablemente a una institución que se dedica literalmente al crimen organizado”. Hay otro pasaje, pero de la Teoría de la constitución (la primera versión del CdP estaba pensada como un capítulo de esta obra), en el que Schmitt dice que: “Con ideas de justicia, utilidad social y otras normatividades no se puede concebir que el gobierno de una república ordenada es algo distinto del poder de un pirata, pues todas esas normatividades pueden corresponder a los bandidos”. Por suerte no está citado en el libro que estamos presentando. 

Otro pasaje sospechoso aparece en el capítulo V sobre el pluralismo interno, p. 143: “Una vez que el parlamento pierde su homogeneidad liberal, a saber, las premisas compartidas que permiten el debate, y se transforma en un espacio literalmente pluralista en el que no existe un punto de vista compartido, entonces el poder legislativo se convierte –con suerte– en un simple mecanismo de agregación de preferencias o de intereses. Esto es lo que sucede cuando el dios terrenalse desploma de su trono”, el imperio de la razón y de la eticidad objetivas deviene un magnum latrocinium’”; entonces, los partidos faenan al poderoso Leviatán y cada uno de ellos le corta un pedazo del cuerpo para sí mismo”. 

Me veo entonces obligado a aclarar que estos dos pasajes fueron escritos hace más de dos años y no se refieren en absoluto a la realidad política argentina, sino en última instancia a la de la república de Weimar.

En el capítulo VIII sobre el liberalismo como la negación de lo político, p. 228, se lee que para Schmitt el liberalismo “busca atar lo político desde lo ético y someterlo a lo económico”, lo cual se debe a la “negación de lo político contenida en todo individualismo consecuente”. La desconfianza “respecto al Estado y la política se explica fácilmente a partir de un sistema para el cual el individuo debe permanecer como terminus a quo [término desde el cual] y terminus ad quem [término hacia el cual]”. Para ilustrar este punto no tuve mejor idea que mencionar a Rhett Butler, el personaje de Clark Cable en Lo que el viento se llevó y a Rick, el personaje de Humphrey Bogart en Casablanca, individuos que no pelean por nada excepto por sí mismos. Pasajes como estos tampoco tienen relación alguna con la realidad política argentina. Lo mismo vale para las varias referencias a la revolución y al anarquismo en general. 

Me atrevo a añadir que si bien en El nomos de la tierra Schmitt se refiere al katejon y la necesidad de demorar la llegada del Anticristo, no sé si Schmitt se hubiera imaginado que un candidato a presidente—que a pesar de ser actualmente Ministro de Economía del gobierno actual si llega a ganar la elección lo primero que va a hacer es quejarse de la pesada herencia recibida—invente un contrincante descripto como un fascista, luego ponga sus propios candidatos en la lista fascista y finalmente se presente como el líder de la lucha contra el fascismo. Incluso el realismo político de Schmitt tiene un límite. 

Yendo ahora a la realidad política internacional no va a ser tan fácil desligar a la editorial y probablemente al autor de toda responsabilidad con lo que está ocurriendo. No voy a elegir un pasaje del libro para ilustrar el punto porque todo el libro habla del tema, para no hablar del capítulo VI. 

Es momento de confesar que lo que me ha llevado a interesarme por la obra de Carl Schmitt fue en gran medida la historia de mi familia, tanto materna como paterna. Es la historia de gente que fue víctima de la Revolución, de la violencia política, ideológica o principista, tanto de la ultraderecha como de la ultraizquierda, es decir del nacionalsocialismo y del comunismo, particularmente la historia de los habitantes de lo que Timothy Snyder llama de forma tan precisa Las tierras sangrientas. Europa entre Hitler y Stalin

Precisamente, la mejor manera de entender El concepto de lo político de Carl Schmitt es ponerse en la situación de quienes quieren evitar o tienen que escapar de la Revolución y por lo tanto necesitan un Estado o una unidad política—es decir, no una banda de ladrones ni el anarquismo, sino una comunidad política que por lo menos se auto-gobierna y ofrece protección a cambio de obediencia—. Esta necesidad la sienten todavía más aquellos que aún no tienen un Estado: los que ya lo tienen lo dan por descontado. Como dice Samuel Pufendorf, un gran discípulo alemán de Hobbes, ignoran la utilidad del Estado aquellos que no han experimentado los daños que resultan de su inexistencia”. 

Para mostrar este punto, al igual que la cámara en películas o series bélicas como Salvando al Soldado Ryan o Band of Brothers, voy a adoptar el punto de vista de los agentes en el terreno, de aquellos que sentían la necesidad de contar con un Estado y por eso quisiera presentar este libro sobre El concepto de lo político de Schmitt contando la historia de algunos de los yekes” schmittianos. A decir verdad, mi familia no era yeke, pero aspiraba a serlo. 

Por si hoy no hubiera muchos yekes entre los asistentes (a Serrat le solía pasar que tenía que traducir el texto de sus canciones de antemano porque entre el público nunca faltaba alguno que no supiera catalán), me permito explicar que el término “yeke” solía ser utilizado por la comunidad judía para hacer referencia a los judíos alemanes. Esto puede ser entendido como una distinción casi aristocrática (Theodor Herzl mismo, húngaro de nacimiento pero yeke por adopción, soñaba con ser un noble prusiano, era fanático de Wagner—usaba la obertura de Tannhäuser como himno del sionismo—) o puede ser entendido en términos ligeramente despectivos para indicar la severidad y/o en todo caso la puntualidad de la persona en cuestión.

En lo que creo va a ser mi última alusión cinematográfica de hoy, algunos recordarán la escena de la película Munich de Steven Spielberg, en la que el contador del Mossad le dice al jefe de la misión (a punto de irse a Europa para llevar a cabo el operativo contra los palestinos que secuestraron y asesinaron a gran parte de la delegación israelí durante las Olimpíadas de Munich de 1972): “Quiero recibos. Ud. no está trabajando para el Barón Rothschild, Ud. está trabajando para Israel, un país pobre. Soy un viejo galitziano de una choza de barro en Ucrania y no confío en yekes estúpidos sueltos en Europa con gastos operativos ilimitados”. Cuando el jefe de la misión aclara: “no soy un yeke, nací en Israel”, el contador del Mossad le contesta: “¿De dónde viene su abuelo?”. Cuando el jefe de la misión le responde: “De Frankfurt”, el contador le espeta: “Ud. es un yeke”.

Los yekes—que al momento de la llegada de Hitler al poder eran menos del 1 % de la población de Alemania—fueron decisivos en la creación del Estado de Israel. Para no volver a hablar de Herzl, pensemos por ejemplo en el Ministro de Justicia, Pinjas Rosen (su nombre original alemán era Felix Rosenblüth) que sólo contrataba yekes en el ámbito de su Ministerio y cuya anécdota sobre la Teoría de la constitución de Schmitt hizo famosa otro yeke como Jacob Taubes (la primera versión de El concepto de lo político de Schmitt había sido pensada como un capítulo de la Teoría de la constitución), pensemos en los jueces de Eichmann que terminaron su deliberación en el juicio en alemán, etc.

A primera vista, este libro es una apología de Carl Schmitt, a lo cual parece referirse Ludwig Feuchtwanger—CEO de Duncker & Humblot, la editorial con la que obra de Schmitt está asociada indisolublemente—cuando en una carta del 13 de junio de 1932 le menciona a Schmitt el “amor judío por sus enemigos”. Feuchtwanger a su vez estaba haciendo referencia al hoy clásico estudio que Leo Strauss había hecho del El concepto de lo político en el cual Schmitt es elevado al rango de un autor clásico junto a Hobbes.

Obviamente, Ludwig Feuchtwanger, el CEO de Duncker & Humblot y editor personal de Schmitt, también era un “yeke” como Leo Strauss, aunque a diferencia de Strauss era liberal o progresista. Feuchtwanger estuvo personalmente al cuidado de toda la obra de Schmitt en Duncker & Humblot de aquel entonces: Romanticismo político (1919 y 1925), Teología política (1922), La dictadura (1922 y 1928), La situación histórico-espiritual del parlamentarismo actual (1923), Teoría de la constitución (1928), la segunda edición de El concepto de lo político (1932) y Legalidad y legitimidad (1932). Como explica su hijo Edgar, Ludwig Feuchtwanger se sintió atraído por la rica inteligencia de Schmitt y Schmitt a su vez por el culto intelecto de mi padre. Además, mi padre estaba en posición de promover la carrera de Schmitt, lo cual no se le pudo haber escapado a éste”.

Edgar Feuchtwanger en sus memorias narra una muy interesante conversación entre Ludwig y su hermano Lion (quizás el novelista más importante de Alemania en aquel entonces), durante una cena que tuvo lugar en 1932 (cabe recordar que justo se había dado la casualidad de que en 1929 Hitler se había mudado a poco más de una cuadra de la casa de los Feuchtwanger en Munich, y de ahí el título de las memorias de Edgar Feuchtwanger: Hitler, mi vecino):

—Me han contado que tu protegido, Carl Schmitt, no se oponía totalmente a las teorías confusas de esos canallas de las SA. No me dirás que la editorial de mi hermanito está virando como las demás a la extrema derecha.

—En absoluto—dice mi padre con una risa extraña—. Te aseguro que Schmitt no es racista. Publicamos a otros autores, además. Deberías leer al inglés Keynes, por ejemplo, aunque Las consecuencias económicas de la paz forma parte quizás de los libros de cabecera de nuestro eminente y sin embargo nauseabundo vecino. Estoy muy orgulloso de ser su editor.

—Bromeaba, hermano querido. Ya sé todo eso.  

Edgar Feuchtwanger cuenta que su padre Ludwig no tenía simpatía por el sionismo porque impedía la asimilación. La posición de Ludwig Feuchtwanger sobre el sionismo cambió cuando los acontecimientos en Europa hicieron que Palestina se convirtiera en uno de los muy pocos refugios que le quedaban a los judíos. De todos modos, Feuchtwanger visitó Palestina en 1935 y si bien “jugó con la idea” de ir a vivir allí, decidió volver a Alemania. Un yeke como Feuchtwanger en 1935 todavía prefería vivir en la Alemania de Hitler que irse a Palestina. Sólo terminaría yéndose de Alemania pero a Inglaterra, en 1938, después de haber estado seis semanas en Dachau. Falleció en Inglaterra en 1947. 

Quisiera ahora referirme a otro yeke, mucho menos conocido todavía que los anteriores. Me refiero a Arthur Prinz, un sionista alemán liberal o progresista como Feuchtwanger, profesor de economía y especialista en Marx, que el 23 de marzo de 1932 publica un artículo La cuestión judía y la democracia” en la revista Panorama judío [Jüdische Rundschau, el órgano oficial del sionismo alemán]. Cabe recordar que en una carta del 16 de octubre de 1931, mientras corregía las pruebas de galera de la segunda edición del CdP, Schmitt le cuenta a su editor Ludwig Feuchtwanger, que las mejores expresiones de aprobación al Concepto de lo político las he recibido de los sionistas”. 

Quisiera entonces citar un pasaje algo extenso pero muy sustancioso del artículo de Prinz: 

El crecimiento imparable del antisemitismo le trae a la mayoría de los judíos alemanes no solo una peligrosa amenaza para su existencia, sino también una profunda conmoción de su imagen política del mundo. Pues bajo la constitución democrática proyectada por Hugo Preuß y acogida con entusiasmo por la mayor parte de la judería alemana, ha surgido un odio a los judíos como ya no se conocía en Alemania hace generaciones. (…). Esperábamos lo mejor de la fuerza exitosa del pensamiento liberal progresistay democrático. Pero ahora hace 12 años que está vigente la Constitución de Weimar, que en el papel… nos ha traído todo lo que anhela el corazón judío, y los judíos han sido ascendidos en verdad repetidas veces a los puestos más altos del Estado, y sin embargo en el pueblo mismo se propaga un horroroso odio a los judíos, creciente hasta la voluntad de aniquilación… Decepcionada, atónita, desorientada, perpleja, la parte organizada de la Unión Central de los judíos alemanes se enfrenta a este desarrollo, que de hecho contradice clara y cruelmente la ideología liberal del progreso. (…). Las causas principales de esta exagerada expectativa no son difíciles de hallar. En el pasado, el antisemitismo del anterior estamento dominante, en especial de la corte y de la nobleza, fue sin duda idóneo para hacernos simpatizar con un cambio radical del Estado—y esto tanto más cuanto la clase obrera que se abría paso hacia el poder era conducida en parte por judíos y rechazaba totalmente al antisemitismo. El recuerdo de las bendiciones que le agradecemos a la Revolución francesa y la idea de que toda afrenta a los judíos contradecía la idea de la igualdad democrática, hicieron el resto. Y finalmente también el parlamentarismo, el government by discussion, en gran medida debió parecer adecuado a los dotes dialécticos y a la formación de los judíos. Sin embargo, cuando a partir de tales fundamentos se pone la mayor esperanza en la democracia, entonces se confunde en gran medida el liberalismo con la democracia, (…). El parlamentarismo, que ya se encontraba en descenso al momento de su introducción entre nosotros, no es una institución esencialmente democrática, sino perteneciente al mundo del liberalismo, que descansa sobre la creencia en la discusión y la esfera pública, como lo ha puesto en claro Carl Schmitt en su excelente escrito sobre La situación histórico-intelectual del parlamentarismo de hoy (2da. ed. 1926). Entonces hoy tenemos ahora en Alemania una crisis difícil, tal vez mortal del parlamentarismo (como del liberalismo en general), mientras que la democracia se muestra como en otras formas inmediatas probablemente como totalmente vital. (…). ¿Qué resulta a partir de las conexiones indicadas hasta aquí para el conocimiento de la cuestión judía alemana? En primer lugar la constatación de que la democracia no disminuye sino que aumenta el significado político de la diferencia de los agrupamientos de las diferentes poblaciones respecto al extranjero y al otro. (…). La democracia, muy lejos de solucionarla cuestión judía en los países del Galuth [exilio], por el contrario la agudiza, plantea nuevas cuestiones especiales y eleva la importancia de la salida sionista”. 

Yendo al último yekke de la noche, el 23 de diciembre de 1927 Carl Schmitt le escribe a Carl Muth, editor de la revista Hochland que pertenecía a la vanguardia del catolicismo intelectual: Justamente, los sionistas han respondido de forma especialmente animada a mi ensayo El concepto de lo político, por ejemplo Fritz Bernstein, el autor del Antisemitismo como aparición de grupo…”. Bernstein, que era alemán, se fue de joven a vivir a Holanda y llegó a ser presidente de la Federación Sionista Holandesa. En 1936 se fue a vivir a Israel. Empezó a militar en el partido General Sionista, no socialista y no religioso. En 1948 fue uno de los 36 signatarios de la Declaración de Independencia y se convirtió en miembro del primer parlamento israelí. Fue ministro de economía en dos gabinetes y miembro del parlamento desde 1949 hasta 1967. 

A pesar de que no contaba con una formación universitaria en ciencias sociales o humanidades—era economista—, Bernstein escribió The Social Roots of Discrimination. The Case of the Jews, en 1951. Su título original Der Antisemitismus als eine Gruppenerscheinung. En 1923 presentó el manuscrito a la editorial Jüdische Verlag en Berlín. El libro fue aceptado y publicado en 1926, antes incluso que la primera edición de El concepto de lo político. En 1927 Bernstein le pidió a Schmitt que escribiera o hiciera publicar en una revista una reseña del libro pero Schmitt se negó. Hasta el día de hoy sigue siendo uno de los mejores libros jamás escritos sobre la discriminación y el antisemitismo.

Bernstein, el admirador de Schmitt, se dio cuenta de que la explicación del antisemitismo no se debe a algo que hacen los judíos, sino que es un fenómeno grupal que se explica por las características internas del grupo antisemita: Siempre que se forman grupos la característica más notable es algún conflicto latente o aparente: incluso el más inocuo de los clubes es esencialmente una unidad cerrada, cerrada, es decir, hacia el mundo exterior. Y siempre hay falta de buena voluntad una más o menos manifiesta hacia los que están afuera. Por más que estos grupos inocuos soliciten nuevos miembros, la admisión al grupo solo es posible según las propias condiciones del grupo; y respecto a los miembros el outsider es siempre, más o menos conscientemente, un enemigo potencial, o al menos alguien que respecto a los que pertenecen al grupo le falta alguna cualidad valiosa e importante”. Como buen schmittiano—y quizás antes que Schmitt—Bernstein explica que: el progresista no se inclina abiertamente a hacer una investigación cercana de las relaciones de enemistad, dado que él está convencido a priori de que deberían disiparse ante sus postulados éticos”. Como dice Steven Pinker, el progresista no estudia la realidad sino que la legisla. 

El antisemitismo, entonces, es un fallo, un malfuncionamiento de la inclusión por exclusión, ya que según la distinción amigo-enemigo el excluido se encuentra en una situación de paridad respecto al incluido, a la vez que esta paridad excluye el odio. En El concepto de lo político está bastante claro que: “al enemigo en el sentido político no hay necesidad de odiarlo personalmente”.

Las palabras de Bernstein a comienzos de la década de 1920 resuenan proféticas y schmittianas: Otra vez estaremos en shock, gritaremos otra vez con desesperación, cuando mañana los judíos en algún lugar en el mundo sean asesinados, torturados, declarados fuera de la ley; apelaremos otra vez a la conciencia de las naciones y exigiremos que los perseguidores respondan por sus acciones, así como nosotros estamos preparados a ser responsables por nuestras acciones. Pero no debemos cegarnos sino que debemos ver que ningún sermón penitencial puede cambiar la naturaleza humana, que ninguna indignación puede prevenir que la enemistad se transforme en deseos hostiles, que el fenómeno de la enemistad grupal no puede ser expulsado de la tierra mediante exhortaciones, y que todo lo que ha sido hecho para que el mundo esté en una situación más pacífica ha sido hecho por medidas calculadas para afectar la naturaleza humana tal como es y no como debería ser”.

Lo que los judíos pueden aprender entonces de sus enemigos, sobre todo de los más inteligentes, es que en este mundo el antisemitismo, la enemistad, la exclusión, la decisión, en otras palabras el razonamiento político y la necesidad de una unidad política, son inevitables. Hannah Arendt, quien no era precisamente sionista, decía que los judíos asimilados habían perdido “su capacidad de juicio, su facultad de distinguir a sus amigos de sus enemigos”.

Los discípulos sionistas de Schmitt estaban de acuerdo entonces con lo que diría Schmitt en 1934 sobre el judaísmo, en la medida en que creyeron que era hora de dejar de ser uno de esos pueblos que existen solamente en la ley, sin territorio, sin Estado”, o, como dice Schmitt en la Teoría de la Constitución, era hora de dejar de ser un pueblo que se hunde en un en un estado subpolítico, [que] lleva una existencia meramente cultural, meramente económica o meramente vegetativa y que sirve a un pueblo extranjero políticamente activo”. O como dice Schmitt en el Glosario en 1950: “¡Estos pobres judíos que no quieren ser sionistas!”. Ernst-Wolfgang Böckenförde, el discípulo y albacea intelectual de Schmitt que llegó a ser miembro del Tribunal Constitucional Alemán, se preguntaba en 2011: “¿Dónde estaría el Estado de Israel si no hubiera entendido que la distinción entre amigo y enemigo es parte de la política y no hubiera actuado de modo acorde?”.

No puedo repetir todos los agradecimientos que figuran en el libro: afortunadamente es una lista muy larga. Solamente voy a decir que le agradezco enormemente a Katz Editores por haber aceptado publicar este libro, junto a los otros dos obviamente (Razones Públicas y La Ley es la Ley). En estos tiempos y sobre todo en este país es una verdadera locura dedicarse a este negocio y encima publicar esta clase de libros, tan clásicos y tan heterodoxos a la vez.

También le agradezco mucho a la Universidad de San Andrés por haberse ofrecido a hacer esta presentación, lo cual obviamente implica hablar de Nadia Dziewczapolski, la Secretaria Académica del Departamento de Derecho de San Andrés y representante del lobby del imperialismo sionista en la universidad, que todavía tiene el jutzpah de creer que pronuncia su propio apellido mejor que yo. Nadia nos tiene muy mal acostumbrados a todos en el Departamento de Derecho. Alejandra Nieto se ha encargado de la inscripción y no puedo dejar de mencionar a María Vázquez, la jefa de todas las jefas. La Biblioteca de la Universidad, por su parte, ha hecho milagros con las reseñas contemporáneas de El concepto de político, entre otras cosas. Otra vez, por todo y a todos, muchísimas gracias. 

 

Andrés Rosler

Universidad de San Andrés 

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