Ayer llegó a mi pantalla (ya no se puede decir » a mis manos») una nota de Irina Hauser, periodista de Página 12, para la Revista Anfibia, de la Universidad Nacional de San Martín. Sí, la revista es la misma que hace un tiempo sacó una nota con Zaffaroni nadando («El supremo anfibio«). Esta vez el título se inscribe en un contexto cultural diferente, donde la legitimidad cortesana empieza a ser fuertemente discutida. «Los restos de la Corte» es una nota con mucha información, bien hilada, que va de la confidencia a la anécdota sabrosa, dejando en el camino una visión sobre el derrotero de la Corte Suprema. Una Corte Suprema que ya no es, de la que queda solo -como reza el acápite- material de rezago. El artículo, extenso, es una muestra acabada de una especie en extinción: el periodismo de investigación -de arco temporal amplio-, que deja al costado el comentario inmediato para concentrarse en algunos rasgos hasta ahora ocultos del alto tribunal. Nos cuenta algo que no sabemos y de lo que generalmente no se habla, esa es su principal virtud. Muestra el «behind the scenes» de un Tribunal que hace de su aura mayestática un instrumento de legitimidad, un templo del Derecho. Como bien sabemos, al sancta sanctorum solo entran los sacerdotes, aquí los Ministros de la Corte Suprema. La reserva comunicativa que muestran los Tribunales Superiores obedece a este rasgo cultural, desde las togas -la Corte argentina es una de las pocas en las que los jueces no las usan- hasta el secreto de puertas para adentro. Irina Hauser, con esta nota, viene a quebrar esta convención.
El hilo conductor es la division tajante entre la Corte configurada por Néstor Kirchner y la actual, ejemplificada con los asientos vacíos de un mesa de acuerdos pensada para diez (9 Ministros y el Procurador General). Dice Hauser que
«poco queda de aquella Corte de oro que impulsó Néstor Kirchner. Elogiada por su alta calidad e independencia, buceó e hizo escuela en la ampliación derechos y las garantías individuales, además de abrir camino al juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad. Lo que permanece apenas son los fallos cruciales y algunas estructuras de vanguardia como la Oficina de la Mujer y la de Violencia Doméstica. Aquella Corte está casi desintegrada, en el estricto sentido de la palabra. Ahora, en su mínima expresión, se encuentra embarcada en decisiones autorreferenciales, que acentúan su “contrapoder”. En esa línea, busca dar señales de fortaleza con fallos desafiantes. Se ha generado un espiral de enfrentamiento con el Poder Ejecutivo, que a la vez no para de doblarle la apuesta.»
Aquí es donde se empieza a mezclar la crónica con la evaluación, y el velo que se descorrre y muestra la vida interna de la Corte también deja ver la armazón constructiva de la nota periodística. La Corte Suprema, según esta composición, tiene algunos actores principales y otros secundarios. Los primeros son Ricardo Luis Lorenzetti y Carlos Santiago Fayt, a quien acompañan Juan Carlos Maqueda -como fiel escudero del primero-, Enrique Santiago Petracchi -como némesis del segundo- y Zaffaroni y Highton -como líberos y en roles anecdóticos-. Carmen Argibay es solo mencionada al pasar. Lorenzetti es un personaje ambicioso, hábil constructor de poder en la sombra, con el mismo sigilo con que la nota denuncia sus encuentros con poderosos empresarios e influyentes jueces. Hauser resalta, en momentos diferentes, su rol democratizador frente a costumbres ancestrales del Tribunal pero también su distancia respecto a colaboradores y jueces no influyentes. La figura de Fayt es poliédrica: agudo, maniático, lúcido, piropeador, difícil de encasillar y de domesticar. Una anécdota reciente, la del acuerdo donde se dictó la acordada que ratificó la anterior de designación de Lorenzetti por cuarta vez como Presidente del Tribunal puede servir para ejemplificar la dinámica interna de sus integrantes:
«Cuatro días más tarde Fayt reapareció en la Corte después de un mes de ausencia. Fue para un plenario extraordinario: los supremos se juntaron para ratificar la reelección de Lorenzetti. Un testigo de la reunión recuerda este diálogo:
—Doctor, esto que está haciendo el Gobierno con usted es una barbaridad —le dijo Highton de Nolasco en referencia a la investigación parlamentaria sobre su condición. —Está bien Elena, gracias. Igual usted está muy oficialista —le contestó Fayt. Socialista de origen, autodefinido discípulo de Alfredo Palacios, Fayt no ha ocultado su antipatía por el Gobierno, y en particular por Cristina Kirchner.
—Ahora se tiñe el pelo de caoba—dijo una vez ante sus pares. —Siempre se tiñó de caoba —retrucó Petracchi, quien desdeñaba todo comentario de Fayt. El encono, cargado de divismo, era mutuo y de larga data. Highton se sumó y miró fijo al decano: —¿Y usted de qué color se tiñe?»
Las escenas fluyen y la vida interna de la Corte Suprema se despliega ante nuestros ojos. Celebraciones, encuentros nocturnos entre Ministros, rituales del acuerdo de los martes, todos ellos escenarios habitualmente ocultos. Si como dijimos más arriba, la separación entre el adentro y el afuera de la Corte Suprema hace a su legitimidad, a su autoridad para decir el Derecho -así, con mayúsculas-, el verla en pijama y pantuflas pinta un escenario bien distinto. A la Corte de la luna de miel -o «de oro», como la califica Hauser- le sucede una sombra de lo que fue. El problema con este producto periodístico es que no parece haber una línea de continuidad narrativa. Nuestra novia ideal resultó ser un monstruo. Pero, ¿cómo no nos dimos cuenta antes? Las ausencias -Zaffaroni, Petracchi, Argibay- pueden explicar mucho pero dudo mucho que lo hagan respecto de todo. El Lorenzetti que hoy se encuentra con empresarios es el mismo que impulsó muchas de las reformas aplaudidas en la nota y el Fayt que hoy se muestra incapaz de sostener un diálogo prolongado es el que se describe como dominador de la escena cortesana en muchos tramos del relato. ¿Qué cambió? Creo que el cambio de perspectiva está más en los ojos del que mira que en la realidad observada e intuyo que el mismo ha sido catapultado por la desaparición del gran pararrayos sobre el Palacio de Tribunales que era Eugenio Raúl Zaffaroni. Para el progresismo, en general, ERZ era la fuente carismática de legitimidad de la Corte Suprema, el que garantizaba el equilibrio, el que producia el hechizo. Su renuncia ha dejado un hueco mucho más grande que el que podría llenar cualquier otro aspirante.
Develar puede ser una operación profundamente deslegitimadora sobre todo si, como en el caso de la Corte Suprema, parte importante de su capital simbólico se halla en el mito que la institución encarna y que desarrolla a través de múltiples vías. Ello nos lleva a preguntarnos sobre las condiciones contextuales en que la nota se produce, no para descubrir complots sino para ver las posibilidades en las que emerge el discurso periodístico. La última década había sido testigo de un cierto convenio sobre los límites de la exposición pública de la Corte Suprema. El quiebre se ha venido anunciando desde principio de año comenzando por el discurso presidencial de Apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso y por el tratamiento periodístico que siguió a la alocución de comienzo del Año Judicial. Luego, la historia más conocida de la reelección de Lorenzetti y la discusión -todavía desenvolviéndose- sobre la capacidad psico-física de Fayt. Es así como, por ejemplo, han aparecido notas sobre el manejo del CIJ (aquí y aquí) y si bien había habido algún revuelo sobre su transparencia informativa durante el asunto de los exhortos suizos de Moyano, los disparos iban siempre por encima de la línea de flotación. Es evidente que la situación ha cambiado y que la Corte Suprema se encuentra en un nuevo escenario mediático. Ya no juega de local, sin público visitante. Ahora, la hinchada se hace sentir, el foco se hace más potente y algunas imperfecciones afloran. Más allá del resultado final, este nuevo escenario significa un retroceso para la Corte Suprema y la política que con tanto denuedo edificó -principalmente Lorenzetti- para recuperar legitimidad. Esperamos que, más allá de los nombres propios, no signifique también una vuelta a empezar la construcción institucional. Muchos pasos se han dado en este sentido y, por suerte, queda algo más que unos pocos «restos».
Ir a la nota original de Irina Hauser: Los restos de la Corte – Revista Anfibia