Si Ud. es un fanático de The Wire, calificada por algunos como la mejor serie de TV alguna vez puesta al aire, entenderá enseguida las preocupaciones de Elizabeth Joh. Si Ud. es un fan de las novedades tecnológicas, también. Ni que decirle si Ud. se preocupa por la seguridad y el actuar policial y se le ponen los pelos de punta cuando lee noticias como esta de hoy en el New York Times, relatando las nuevas modalidades de la comercialización de heroína y las muertes que su difusión está causando. Es que esta profesora, de la Universidad de California, en Davis, nos propone pensar las nuevas técnicas policiales, propiciadas por las nuevas tecnologías y su adecuación a los principios de un Estado de Derecho. ¿Qué límites existen para la actuación policial en su búsqueda de combatir el crimen? ¿Vale aquí el viejo principio de que «el que engaña a un ladrón, tiene cien años de perdón»? Veamos primero los modos de engaño actuales, según nos cuenta su breve artículo del último número de la Harvard Law Review.
Vayamos a lo que llama anzuelos o cebos. La tecnología nos brinda hoy la posibilidad de tener micro-GPS que pueden ser introducidos en pequeños objetos cotidianos, a muy bajo costo, lo cual generaliza su costo para la utilización policial. Por ejemplo: la policía de New York introduce botellas con seguidores GPs para rastrear a los ladrones de OxyContin -un analgésico derivado de los opiáceos-, o la de San Francisco ha utilizado la misma técnica para combatir el robo de bicicletas en la vía pública. Este tipo de instrumentos hacen posibles el rastreo de una gran cantidad de cosas para comprobar si caen en manos criminales. Un fenómeno semejante, adaptado a tiempos de redes sociales acontece con los policías encubiertos. Acostumbrados a pensar en agentes infiltrados en la mafia, según vimos hace poco a Leonardo Di Caprio en la gran película de Scorsese, The Departed (Infiltrados). Pero hoy la cosa resulta más fácil, y así como a los delincuentes se les hace más fácil ocultar su identidad en las redes sociales, lo mismo le sucede a la policía. De hecho, relata Joh, la policía a veces «roba» la identidad de otras personas para llevar a cabo sus investigaciones.
Un caso típíco de engaño es el referido a extraer muestras de ADN a un persona, sin su consentimiento (vid. sobre el tema este post sobre la extracción compulsiva de la muestra). La policía obtiene muchas de estas muestras convenciendo a un sospechoso de que ponga una estampilla en un sobre, o invitándolo a comer y recogiendo después el sorbete que dejó en la mesa. ¿Por qué esto es importante ahora?, se pregunta la autora. Si siempre han existido estos trucos, esta viveza criolla, ¿que la torna relevante hoy? Dos son las cuestiones que preocupan a Joh: una es la relativa facilidad con que estos mecanismos pueden utilizarse hoy día, debido a sus bajos costos y la disponibilidad tecnológica; la otra es la jurisprudencia vigente, que tiende a descartar las defensas de los criminales frente a estas triquiñuelas porque los jueces entienden que la predisposición a cometer el crimen las justifica (¿el huevo o la gallina?). La ley ha sido tradicionalmente permisiva respecto a estos puntos porque la dificultad material de implementarlos los frenaba pero, ahora que son de fácil acceso, ¿qué hacemos? Uno de los problemas del uso de estas medidas es la dificultad de su control, ya que muchas veces su uso es indiscriminado, no dirigido necesariamente a «sospechosos» sino a la población general. Esto puede contribuir al declive de la confianza social y hacernos sentir a todos un poco paranoicos, ¿no? Concluye esta breve nota:
«Seguramente estos engaños pueden, a veces, agarrar delincuentes verdaderos. Pero el engaño puede también involucrar situaciones en las que el delito en cuestión es ambiguo, o el incentivo del Gobierno, dudoso. Pero el marco legal básico que yace detrás de estas mentiras investigativas -que aquellos atrapados en estas trampas han asumido ese riesgo- le da una discrecionalidad casi sin frenos a la policía. Las decisiones policiales acerca de cómo, de si o no, y contra quien esas falsas representaciones pueden ser dirigidas no reciben generalmente ninguna revisión externa. La combinación de amplia discrecionalidad y tecnología sofisticada puede llevar a tácticas que generen muchas cuestiones éticas. Si la policía no eta obligada a producir arrestos inmediatos, ¿por qué no usar los anzuelos para vigilancia (surveillance) o para obtener muestras de ADN? ¿Si la policía puede hacerse amiga de potenciales agresores sexuales, por qué no lo va a hacer de miembros de grupos de protesta? ¿Si la policía puede engañar a un sospechoso respecto de la muestra de ADN, por qué no engañar a una persona inocente que pueda tener lazos genéticos con un sospechoso potencial?»