Un nuevo año judicial que comienza, un nuevo discurso de Lorenzetti para el análisis. Al igual que aquellos escritores que dicen escribir siempre la misma novela, el Presidente de la CSJN realiza variaciones sobre sus temas preferidos y en sus modulaciones hay que leer las respuestas que da a las preocupaciones actuales de la «familia judicial» y de la Corte Suprema. Muchas de las diferencias que encontramos tienen su explicación en que este no es un año cualquiera, sino aquel en que el tribunal cumple 150 añitos. No parece ese, sin embargo, ser el centro del acto al que concurrimos virtualmente desde la transmisión de CIJ-TV. La mirada conmemorativa se subsume en el video institucional con el que empezó el acto, donde los 6 ministros rasos celebran la efemérides a razón de 2 minutos por cabeza. Petracchi nos dice que quizás es pronto para evaluar lo que hoy están haciendo; Zaffaroni que siempre hubo conflictos y que hay que evitar las miradas edulcoradas de la historia y Maqueda nos dice que la Constitución está afianzada y que el desafío actual es el nuevo paradigma implementado en el 94. Mientras Highton nos invita a mirar el futuro con una sonrisa, Argibay nos reconoce los altibajos de estos 150 años y, por fin, Fayt nos introduce al plato fuerte del día: el discurso de Lorenzetti.El eco del llamado presidencial a «democratizar la justicia» retumbará durante toda la alocución. En el mismo comienzo, por ejemplo, el Presidente de la Corte Suprema se ocupa de resaltar la presencia de los distintos sectores del Poder Judicial, un poder que se reconoce plural en especialidades, jurisdicciones y modalidades de actuación. Frente a convocatorias que resaltan la diferencia. Lorenzetti reafirma la voluntad de cobijarlos a todos, respetando su pluralidad. También reconoce (y este reconocimiento supone una prueba de su caminar juntos) a las organizaciones de la sociedad civil:
«Hemos dicho que las instituciones son fuertes cuando palpitan en el corazón del pueblo; y así lo sentimos cuando vemos la presencia de organismos de derechos humanos, de defensa de los consumidores, ambientales, barriales, de periodistas, gremiales; en fin, la sociedad civil apoyando a esta Corte como lo ha hecho siempre».
Legisladores «de todo el espectro político», «han pasado por aquí y algunos se han ido por que tenían sesión». Una tenue referencia a los representantes del Poder Ejecutivo pareció marcar la distancia actual existente. Textualmente, esta parte del discurso es muy semejante a la del año pasado, pero no hay que ser Roland Barthes para notar como el contexto subraya una mirada diferente, de atenta vigilancia y cerramiento de filas. Otro signo inicial en este sentido: RLL dice que ha consensuado estas reflexiones con sus colegas, aseveración que antes quedaba en penumbras (¿era Lorenzetti el que hablaba? ¿qué opinaban los otros Ministros?). La Corte, unida, jamás será vencida.
La receta discursiva de Lorenzetti («legitimación, legitimación, legitimación») se construye a partir de dos ejes centrales: la labor jurisprudencial de la Corte Suprema y las reformas que ha propuesto en estos años. El primer eje tiende a posicionarla como defensora de los derechos humanos de los ciudadanos, diferenciándola -esta vez más tajantemente que otras- de la Corte de los 90’s. Luego de recordarnos la solución de la crisis del 2002 (varias precisiones podrían hacerse sobre el tema de la devolución «íntegra» de los depósitos), pasa por la defensa de la privacidad y las garantías penales, la igualdad y la defensa de los derechos económicos y sociales («nunca menos», es el slogan ad hoc). Nos recuerda los avances del derecho a la asistencia médica (de nuevo, contra la Corte de los 90’s, lo cual no parece históricamente cierto pues ahí si hubo un avance jurisprudencial) y su interés por el derecho a la vivienda. La protección de los consumidores («una ética de respeto a los vulnerables») y al medio ambiente son dos de los logros que enumera, así como la lucha contra la discriminación (en la cual inscribe su sentencia sobre el aborto no punible). En fin, un relato selectivo que conduce a la conclusión que quiere extraer: estamos ante una Corte activista y progresista. Ese es su carnet de identidad y así se auto-describe.
Respecto del segundo eje dice RLL que «nosotros pensamos que el Poder Judicial también debe cambiar, y que esos cambios deben ser en beneficio del pueblo». En otras palabras: no nos pueden acusar a nosotros de que estamos a favor del status quo, porque «la Corte Suprema ha impulsado más cambios en estos 5/6 años que en toda su historia anterior». Si vamos a estar por lo que le preocupa a la gente, sostiene el Presidente:
«En nuestro país y en casi todo el mundo, hay dos preocupaciones centrales de la población: el acceso a justicia y la demora en la resolución de los pleitos. Nosotros, con el liderazgo de la Dra. Highton, impulsamos una política de Estado sobre acceso a justicia, para que haya más mediación y menos juicios, para que haya más jueces cerca de los conflictos en los barrios y las personas no tengan que ir al centro, para que haya juzgados móviles en zonas alejadas, para que todos tengan un juez al cual hacer llegar su reclamo de justicia. Pero la justicia lenta no conforma. Por eso impulsamos una política de Estado de gestión e informatización. Por eso, en la Justicia nacional y federal se completa este año el proceso más importante de la historia del Poder Judicial en el campo de la informatización y gestión, efectuado conjuntamente con el Consejo de la Magistratura, que permitirá acelerar los trámites».
Si la Corte Suprema es progresista, en cuanto desarrolla los derechos y en tanto quiere reformar la justicia, ¿a qué vienen los ataques? En breves párrafos, Lorenzetti apunta lo que para nosotros es lo esencial de su discurso: debemos construir un consenso que nos permita la vida en sociedad. El conflicto es necesario pero por sí mismo resulta destructivo y no permite que el juego democrático se desarrolle (los ejemplos van desde el árbitro de un partido de fútbol, hasta Penélope y Sísifo). Sin mencionarla, aquí RLL ataca la idea de democratizar la justicia, planteada como una iniciativa de corte radical. Dejémonos de cambiar todo el tiempo las bases, dice, porque sino todos quedaremos desprotegidos. Hagamos un camino de consensos, basados en la Constitución. Aquí su postura es, nos parece, más matizada que la del año pasado. Allí donde se erigía como intérprete de la voz del pueblo tamizada por la Constitución, hoy resalta los valores del pueblo pero reconociendo que su voluntad puede extralimitarse. En sus propias palabras:
«Por eso es que a algunos les llama la atención nuestra posición de equilibrio, les parece ambigua. Es claro que si uno está en la lucha debe inclinarse por una de las verdades, pero si tiene que solucionar el conflicto, debe tener la sabiduría de encontrar una solución equilibrada, sustentable en el tiempo, basada en principios que uno pueda defender cuando gane y cuando pierda, cuando tenga poder o cuando sea débil. Esta Corte no es ambigua con los principios, que son claros y coherentes.
En esta tarea la Corte no debe gobernar, debe ser consistente con las decisiones de la mayoría del pueblo. Pero no siempre es así, porque hay suficiente experiencia en el mundo que muestra que las mayorías han tomado decisiones inconstitucionales, como por ejemplo apoyar el Holocausto, el terrorismo de Estado, o la pena de muerte. Por eso es que existen los derechos humanos que son inderogables, por eso se habla de democracia constitucional, por eso es que las decisiones de las mayorías pueden ser declaradas inválidas por los jueces cuando son contrarias a la Constitución.
Por eso es que la Corte mantiene siempre sus principios, que son los de la Constitución, los del contrato social de los argentinos».
El discurso cierra, al igual que el año pasado, con un llamado a nuestros viejos ideales. La Corte Suprema debe estar para los grandes temas del país, no para «las peleas de vecinos» (el tema de la ley de medios parece sobrevolar estas afirmaciones, ¿no?). El Tribunal avanza y hay que ser optimistas. De esta forma cierra un discurso que reproduce las líneas del del 2012 pero reconoce la posición defensiva a que se ha visto obligado el Tribunal. Renueva su credo progresista, pero intuimos un tono más restrictivo y una doctrina más conservadora, por ejemplo, en su defensa del control de constitucionalidad de las mayorías que se distancia de la postura más confiada que había asumido el año pasado como vocero constitucional del pueblo. Por supuesto, estos son acentos, matices, lecturas que intuimos bajo el texto del discurso pero que requerirían de mayor tiempo y análisis para convertirlos en certezas. A nosotros también, como a la Corte, los contextos nos tiñen los significados. Cosas de la hermenéutica.