Leticia Barrera ha escrito un libro refrescante para la generalmente árida bibliografía sobre la Corte Suprema. Y lo ha hecho no porque haya elegido recursos gancheros o impactantes sino porque intenta, en «La Corte Suprema en escena», mirar con ojos nuevos la institución a la que dedicamos nuestros esfuerzos en este blog. Su mirada es la del extranjero que ingresa a un país desconocido, habla con su gente, trata de entender sus modos de actuar y procesa todos esos datos con las categorías que le provee su método etnográfico. Como sabemos, sin embargo, la Corte Suprema no nos es totalmente desconocida (muchos hemos transitado por el 4to piso de Tribunales) y ello hace que, para despojarnos de las perspectivas que traemos adheridas, LB deba contarnos y describirnos cosas que creemos que sabemos para así volver a una mirada fresca, originaria, que le permita transmitirnos la lógica de una institución, desde sus entrañas mismas. Vaciarnos, dirían los orientales, para poder llenarnos.
Algunas de las cuestiones que se tratan en este libro las hemos discutido al dar cuenta, hace un tiempo, de un artículo de LB aparecido en la Revista de la Universidad de Palermo. Para no repetirnos y ya que la riqueza del contenido lo permite, preferimos relacionar esta obra con un tema que empezamos a discutir esta misma semana en el post «Democratizar y politizar«. Señalábamos allí los riesgos que podía traer un movimiento democratizador que no tuviera en cuenta las complejidades del mundo judicial, ello es, que democratizara aplicándole reglas que no correspondían con la función que desempeña la judicatura en el sistema de gobierno. Abogando por un movimiento que renueve estructuras y modos de pensar, pensábamos que aquél debía darse a partir de una comprensión profunda de los males que se le achacan al sistema judicial. Como sostiene el dicho americano, hay que evitar tirar al bebé junto al agua del baño que se descarta. El libro de LB nos ayuda a comprender los matices y complejidades de una realidad -lamentablemente- difícil de conocer, oculta, y nos aporta la visión de sus protagonistas. Al hacerlo, genera un diálogo fructífero, imposible desde la a veces lejana vereda de enfrente.
En nuestra interpretación, es en esa tensión entre el adentro y el afuera donde hace diana el libro de LB. Los primeros capítulos se centran en los elementos materiales de la producción cortesana: el manejo del espacio y su simbología, la constitución del expediente y la necesidad de «formalizar jurídicamente» la realidad -el relato de su propia experiencia que es la que le permite realizar su investigación es muy elocuente al respecto-, las formas de explicitación de argumentos (expedientes y memos en la resolución de los 280s) y la organización interna de los actores (secretarías y vocalías, nuevos y viejos integrantes). Este es el adentro de la Corte Suprema, la cara oculta que LB desvela, a la vez que señala en su relato su existencia y las dificultades y múltiples vallas para penetrarla. El afuera está representado por una sociedad que quiere otra justicia y a la que la «nueva» Corte Suprema quiere responder, a través de una política de transparencia que la autora focaliza en las audiencias públicas celebradas. La noción de adentro y afuera, tal como lo presenta LB, advierte de las dificultades del cambio, de las resistencias de las estructuras y, por consiguiente, de las enormes complejidades para la democratización:
«La implementación de nuevos mecanismos en el proceso de toma de decisiones, tales como las audiencias públicas, implica necesariamente repensar los viejos procedimientos burocráticos y crear nuevas rutinas para hacer que esos mecanismos funcionen. Sin embargo, al tiempo de mi investigación, los relatos de los quehaceres cotidianos de funcionarios y funcionarias, sobre todo de quienes trabajaban en las secretarías judiciales, los mostraban absortos en antiguas rutinas que se revelaban como un aspecto estable de la práctica judicial». (pp. 148/9)
¿Qué es lo que ha pasado ante estas resistencias? Que los movimientos renovadores de la Corte «parecen operar más eficazmente en el plano político como exhibiciones o exposiciones orientadas a generar un impacto en el público (…) que en el nivel de las prácticas cotidianas que se observan en el interior del tribunal» (p. 150). LB desarrolla aquí el concepto de performance y lo aplica con gran rigor y profundidad. Nos dice así que la performance depende esencialmente de su contexto y de las dinámicas de recepción. En un ambiente demandante de cambios, como hemos señalado en otras ocasiones, la Corte Suprema ha encontrado una excelente recepción de sus movimientos transformadores. Las antiguas rutinas que permanecen y las nuevas que no se consolidan (hemos hablado mucho aquí de los amicus curiae y de las audiencias públicas) ponen en cuestión, de alguna manera, esa legitimidad conseguida performativamente. No es casual, por lo tanto, que las demandas de democratización actuales hagan eco en la actividad de la Corte Suprema, al marcar la distancia que sigue habiendo entre el discurso y la realidad. Sin entrar en evaluaciones, el libro de LB describe y tipifica muy certeramente los términos de este proceso y abre un interesante campo para focalizar nuestros esfuerzos democratizadores.